domingo, 31 de mayo de 2009

Post miminuto: mi top zri

He estado pensando en las tres cosas que me gusta hacer, por sobre otras, últimamente. Aquí una reseña miminuta:
1. Me gusta ir de oyente a la clase de Espacio, migración y violencia de la Andina. También me gustan las lecturas y poder discutirlas con la frofesora cuando me pida el cuerpo y en circunstancias en las que ningún otro estudiante podría discutirlas con ella. Me gusta ir formando ideas sobre temas en los que, por su existencia obvia y contundente, a veces no pienso o pienso demasiado (analogía de "funes" y "senuf", este último versión de Toñito). Me gustó en particular una de las últimas lecturas, de Michel Maffesoli, a quien ya había leído para mi tesis, porque nos remite la condición intrínseca del hombre errante: su cualidad de ser ambivalente.
2. Me gusta dormir. En los últimos tiempos he desarrollado un gusto enorme por la siesta postalmuerzo, por ejemplo. No siempre se puede hacer esa siesta, pero cuando se puede, es reparadora, rica, uterina. En los últimos tiempos, caigo rendida en la noche. Como si al pie de la cama alguien me pegara un balazo y yo sólo pudiera caer muerta sobre el plumón de plumas de ganso.
3. Me gusta cuidar de mi plantita. Alicia dice que la salvé de la muerte, porque estaba al alcance de Pedro el perro, comedor profesional de plantas ornamentales, y la cambie de lugar al aparador del comedor, a donde el Pedro, aunque se esfuerce, no puede llegar. Además de esa planta, cuya nombre científico desconozco, tengo dos palitos de bambú a los que también cuido. Lo que pasa con la esta plantita, es que puedo acariciarla, tiene cientos de hojas, no converso con ella, en estricto sentido, sólo le digo siempre lo hermosa que está.

lunes, 18 de mayo de 2009

Censuras

El otro día encontré este video en youtube:
http://www.youtube.com/watch?v=5PD_IoDdyWM
Me provocó dos reacciones: una estética -fíjense en los pies, lujuriosos pies, debajo de la mesa, en esa toma donde la cámara va retrocediendo; esa orgía de pies se debe contraponer radicalmente a los talantes bien portados de arriba de la mesa. Fíjense además en esa falda que se levantá con aire caliente que sube de la tierra, una marilín de los 20 o los 30- y otra moral -sobre la censura-.Este video, por un lado, nos remite a replantearnos los parámetros de censura como una herramienta ad hoc y sólo ad hoc. Ya en El coronel no tiene quien le escriba, García Márquez se burlaba del cura que hacía las veces de censor, de forma burda y automática haciéndole dúo a una dictadura bárbara. Y así creo que nos podemos morir del hígado revirado con más de una censura establecida desde una religiosidad malentendida, o mejor, malpracticada. Y aunque creemos que las épocas cambien, en realidad no cambian mucho. Toda expresión artística es censurada en mayor o menor medida, por la derecha o por la siniestra, por el coco de uno o de otro, por el papa o el ayatola. Me parece que podría ahondar mucho en todos y cada uno de esos niveles, pero quisiera detenerme aquí sólo en uno: el de la autocensura. El otro día le entregué una cuarta o quinta versión corregida de mi librito de cuentos al editor encargado de la colección. Esa versión era distinta a las otras no por comas o tildes incorporadas a último minuto, sino porque cambié algunas imágenes, ya que simplemente no toleré la idea de que mis padres las lean. Y es gracioso, porque se quedaron imágenes de personajes jalando, de personajes tirando como conejos, de mujeres que aman a otras mujeres -que leyeran esas imágenes no me importó-, me importó que leyeran, por ejemplo, que uno de los personajes que se parece mucho a mí se robaba unos dólares de las multas de la biblioteca en la que trabajaba. Eso no lo pude tolerar; me puse mal ante la sola idea. En fin, estoy leyendo ahora la novela del enanoborja, Los funámbulos, y aunque creo que el enano resiste con muchísima más fuerza los embates de la autocensura que yo (leerán la novela cuando se publique para que entiendan a qué me refiero), supongo que le habrá pasado lo mismo aunque sea alguna vez chiquita, miminuta. Yo creo en el pudor, aunque a veces parezca lo contrario. Creo que necesitamos del pudor por una razón básica, sobre la que el Bustamente nos hacía reflexionar en clases de teoría social: no toleraríamos un mundo en el que fuésemos totalmente transparentes para los otros. Yo creo que de ser así, seríamos ángeles y eso tampoco podría ser bueno (aunque quien sabe). En cualquier caso, el ejercicio escriturario me ha hecho forjar carácter. Ahí voy, luchando contra mi pudor y mi falta de pudor. De esa tensión, ojalá surgiera, alguna vez, algo bueno.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Weil

"Cuando, fuera del combate, un extranjero débil y sin armas suplica a un guerrero, no por eso está condenado a muerte; pero un instante de impaciencia de parte del guerrero bastaría para quitarle la vida. Es suficiente para que su carne pierda la principal propiedad de la carne viva. Un pedazo de carne viva manifiesta su vida ante todo por el estremecimiento; una pata de rana bajo una corriente eléctrica se estremece; el aspecto próximo o el contacto de una cosa horrible o aterrorizadora hace estremecer cualquier masa de carne, de nervios y de músculos. Sólo este suplicante no se estremece, no tiembla; no tiene ese derecho; sus labios tocarán el objeto para él más cargado de horror:
Vieron entrar al gran Príamo.
Se detuvo,apretó las rodillas de Aquiles, besó sus manos,
terribles, matadoras de hombres, que le habían asesinado tantos hijos".
Hace 100 años nació Simone Weil. La cita con la que abre este post pertenece a un ensayo que publicó en 1940 bajo el título de "La Ilíada o el poema de la fuerza". Lo publicó bajó el nombre de Emile Novis (seudónimo anagramático o su nombre escrito en desorden). Estoy leyendo A la espera de dios y me tiene a mal andar. Algunos amigos míos corren el riesgo de entender mal por qué estoy disfrutando tanto de la lectura de este libro. Lo cierto es que me gusta porque la Weil está hecha de la misma materia de la que están hechos unos 10 hombres, a lo mucho, sobre el planeta, y asimismo sus textos. La lucidez de sus ideas, su coherencia, su total compromiso para con la humanidad la ponen en la etapa más alta del desarrollo moral, que diría Kohlberg. Tengo demasiada información en la cabeza en este momento sobre Simone Weil (estoy dispersa y aún así quiero seguir escribiendo): desde su lectura adelantada del marxismo, hasta su paso por España como brigadista y su final encuentro con el cristianismo. Sobre esto último, cuenta en una carta la propia Weil que en una aldea en Portugal, oyó los cantos de las mujeres de los pescadores en la procesión del patrono del pueblo. Cantos cargados de dolor, de tristeza que le hicieron comprender que el cristianismo, en su esencia, es la religión de los esclavos y que ella, al estar marcada por el estigma de la esclavitud después de haber vivido el horror y la brutalidad de las fábricas en condición de obrera, encontró un camino. Por lo demás, despotrica de la Iglesia, jamás se bautizó ni conoció ninguno de los otros sacramentos.
Antes de ser obrera, fue profesora de filosofía y griego. Compañera de clase de la Beauvoir. Adelantada, siempre adelantada. La Weil escribió sobre la fuerza en ese breve ensayo sobre La Ilíada (en plena guerra mundial).
Nos estremecemos ante la fuerza, dice la Weil. ¿Qué hacer cuando nos sentimos vulnerables ante la propia fuerza? ¿Debemos besar nuestros propios pies pidiendo misericordia? ¿Debemos temblar o no temblar ante nuestra mano, mano asesina de uno mismo?
De la Weil dijeron que estaba loca. Se salvó (yo digo "salvó", porque por lo demás ella estaba muerta de ganas de que la encierren) de ir a la cárcel porque creyeron que estaba loca.
Todos estamos condenados a muerte. Todos. La Weil murió tuberculosa.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Post miminuto: festival de canes

-Nos fuimos a Tonsupa el fin de semana, por el feriado del día del trabajo. Llegamos a un departamento de la universidad donde trabaja Alicia. Había una piscina en el edificio y un futbolín, pero unos chamos habían perdido la pelota y no pudimos jugar. Salimos a la playa un día. Alquilamos dos sillas y un parasol. El parasol más chimbo del mundo, traslúdico como el encaje o más, no nos protegía en lo absoluto del resplandor. Igual, hasta eso de las 12:30 no hizo mucho sol. Nos metimos al agua. Alicia le tiene miedo a las olas grandes. Me asusté un par de veces, y la única vez que no me asusté porque pensé que ella tenía todo bajo control, la ola la arrastró. Verga. Luego me quedé dormida como niña sobre mi silla y debajo del parasol que no me protegió nada, aunque igual es rico que el terno de baño, todavía puesto, se seque al sol. En este viaje, comimos muy mal. Era la primera vez de mi vida adulta que yo iba a Esmeraldas. No conocíamos nada y en general, en Tonsupa, no hay nada más que edificios y maleza. Pero incluso en Atacames, la tarde que fuimos, comimos mal. En realidad mi pulpo al ajillo estuvo priri dicent, pero la cazuela de Alicia, lucía como sopa de sapallo, sabía a curri, pero era de verde. El último día dormimos en un hotel porque el departamento se lo prestaron hasta el domingo y decidimos regresar el lunes temprano. Esa noche, vimos una película de joliwud: "Marley y yo". Lloré a moco tendido. Tengo algo con los perros.
-Creo que nunca les he hablado de Pedro el perro. Vive con nosotras desde hace un mes, más o menos. Es un yorkshire terrier, miminuto como este post. Parece de juguete, el clásico perro faldero que puedes meter hasta dentro de una billetera. Yo no quería perros, porque cuando era chama, unos 16, se murió la mía, Nica, una setter irlandés, hermosa, inteligente, amada, atropellada por un auto. Un dolor inmenso. Largo, filudo, desesperante. Decidí no enamorarme nunca más de un can. Pero aquí está Pedro con nosotras, porque Ale se moría por un perro. Lo cierto es que me gusta Pedro, lo toqueteo ful y a él le encanta, aunque a veces también me saca de quicio y tengo que controlarme para no llevar la violencia más allá del grito (supongo que incluso debería intentar no levantarle la voz, pero me gusta concentrarme en una sola cosa a la vez). A mi sobrina Titi le encanta el Pedro. Ella tiene su propia perra; en realidad es de su ñaña, de mi Cosa. La perra se llama Princesa, es una Shitzu, también hermosa, en realidad es un poco fea físicamente, pero es amorosísima y hermosísima. Se mea cada vez que me ve, del gusto, claro.
-Antes del Pedro, tuvimos otro perro. En septiembre del año pasado, lo sacamos de la perrera del PAE. Se llamaba Zorro. Callejero putón castrado. Hermoso. Era cachorro, de unos siete meses. Inteligente. El pelaje más suave en el que estas manos mías se han perdido jamás. A las tres semanas de convivencia, tuvimos que inyectarlo. El Zorro tenía moquillo y aunque lo llevamos a los veterinarios del PAE unas dos o tres veces a lo largo de esas semanas, todas las veces nos dijeron que sólo tenía tos. Una noche, al Zorro le dio una convulsión. Vuelvo a sentir la canica fría recorriéndome el espinazo por adentro, rasgando carne, cada vez que me acuerdo que yo no atinaba qué hacer con su cuerpo convulsionado. Le soplaba a la cara, lo sacudía, le rogaba que no se muriese. El alma me volvió al cuerpo cuando vi que la convulsión pasaba. Se quedó agotado, pero se asustó también. Empezó a gruñir y pasó la noche solo. Nos dio miedo. A la mañana siguiente lo llevamos a un veterinario privado, le hicieron los exámenes y nos confirmaron que el moquillo se había tomado su sistema nervioso y que ya no había nada que hacer.