sábado, 17 de octubre de 2009

Retrato no ficcional de la Sanqui y la Anela

Pensando en un post para escribir, se me ocurrió -a propósito de que una amiga de Alicia, después de ver unas fotos nuestras del viaje por la Ruta del Sol, le preguntó si es que yo era su hija-, escribir sobre la madre... pero Alicia me dijo que no, que no quería que eso se supiera, por lo que he decidido, respetando su pedido, no escribir sobre eso. De todos modos, la idea de escribir sobre la madre que sólo hay una, me quedó rondando en la cabeza. Escribir sobre mi madre, me imagino, resultaría repetitivo, porque ella está en todo lo mío, en lo que soy y no soy, así que por ahora no voy a escribir sobre ella. Pero he decidido que sí voy a escribir sobre la madre [de otros].
Resulta que dos de mis amigas más queridas son mamás. La Sanqui y la Anela. La Anela vive en México desde hace un tiempo ya. Con su bebé Sebastián y el papá de su bebé. Yo conocí a Sebas hace algo más de dos años, en Guatemala, cuando todavía vivían allá. A su hijo, sostiene Anela, no le gusta que ella hable con otros. Y efectivamente pasa que, cada vez que estamos hablando por teléfono, oigo de lejos la voz de Sebas, que le pide a su mamá que cuelgue el teléfono para que hable con él.
La Sanqui, por su lado, vive en Quito desde hace un tiempo, porque antes vivía en Californication, donde engendró (creo) y parió a su primer vástago, el Martín. Vive con él, con su segundo hijo Nicolás, fruto del amor entra ella y Martin (sin tilde), con quien también vive. Sostiene la Sanqui que Martincito y Nicolás no se parecen. Son muy distintos, pero que ahora, a Martincito, que es la adoración de la mamá de la Sanqui, prefiere quedarse en casa con su ñaño, antes que ir a pasa la tarde con su abuela.
Ayer salí con la Sanqui y conversamos cualquier cantidad. Contaba sobre su preocupación porque el Martincito aún no pronuncia bien las palabras. Yo le decía que eso siempre pasa con niños que viven en hogares bilingües y no se lo he dicho yo solamente sino los especialistas también. Lo cierto es que ahora están buscando colegio para él, pero están preocupados que por este motivo al bebe no lo acepten. La Sanqui me contaba que, en una entrevista, a ella y a su esposo les hacía preguntas la psicóloga del cole y tres metros más allá, otra psicóloga le hacía preguntas a Martincito. Mi amiga, en su preocupación, no pudo despegar la oreja de lo que estaba aconteciendo con su hijo, y sin pararle la mínima bola a quien a su vez le estaba haciendo preguntas a ella, se concentraba en cómo a su hijo le preguntaban de qué color era un pedazo de madera pintado de verde. Y repetía ella, mentalmente: "VVVV erde". Martin, su esposo, de repente y con su codo, llama su atención y le dice: "nos está preguntando si nos llevamos bien". "Ah, sí, sí, nos llevamos bien", respondió la Sanqui.
La Anela, recordábamos ayer sentadas en el Pobre, es la psicóloga por excelencia. Es demasiado buena en eso. No sólo que posee el nou jau, sino que hay algo en su ser, en su postura en el mundo, que le permite escuchar. Escuchar. Tiene desbordada esa inteligencia emocional que le permite entender y darle el justo valor a lo que los otros considerarían, sin más, aberraciones de gente enferma [como uno]. Presencié hace dos años, cuando nos vimos por última vez (snif snif y no es broma), cómo la Anela suspendió literalmente a la psicóloga que escuchaba las palabras de hombres y mujeres grandes y se concentró en el lenguaje corporal y básico del bebé de meses que cargaba, bañaba, cambiaba, cuidaba, paseaba en su coche. Y, perdón por la infidencia, se moría de nervios mal y se quebraba. Qué experiencia nueva para este mi pechito estar al lado de la mujer que me sostuvo tantas veces en la vida, quebrada por ese pedacito de ser que la superaba por todos lados.
Cuando hace años, en nuestros recorridos nocturnos del distrito metropuritano, visualizábamos con la Anela, la Sanqui, la Flo y yo, quién sería madre primero, el primer puesto nos lo disputábamos la Flo y yo, y el último, siempre la Sanqui y la Anela. Hoy, la Flo y yo no somos mamás y la Anela y la Sanqui son tan mamás, en contra de todo pronóstico, que me ha dado ganas de escribr este post, para llegar a la conclusión de que lo imposible puede suceder tan bonitamente.




viernes, 16 de octubre de 2009

Tú eres la mula, yo soy el freno

"Bueno", le dijo la mula al freno.
Qué de desencuentros en los últimos días. Y en esta mar de desencuentros, me reencuentro con mi poeta desquilibradoversátilescindido, entre otros, Álvaro de Campos:

"Callos a la manera de Oporto"

Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo,
me sirvieron el amor como unos callos fríos.
Le dije con delicadeza al misionero de la cocina
que los prefería calientes,
que los callos (y eran a la manera de Oporto) nunca se comen fríos.

Se impacientaron conmigo.
Nunca se puede tener la razón, ni en un restaurante.
No los comí, no pedí otra cosa, pagué la cuenta,
y me fui a dar una vuelta por la calle.

¿Quién sabe lo que quiere decir esto?
Yo no lo sé, y fue a mí a quien le sucedió...

(Sé muy bien que en la infancia de todos hubos un jardín
particular o público, o del vecino.
Sé muy bien que nuestro jugar era su dueño.
Y que la tristeza es de hoy.)

Lo sé de sobra,
pero si pedí amor, ¿por qué me trajeron
callos a la manera de Oporto fríos?
No es un plato que se pueda comer frío,
pero me lo trajeron frío.
No protesté, pero estaba frío.
Nunca se puede comer frío, pero llegó frío.

Que los días pasan y que alguien debería dignarse en servirle al poeta callos calientes porque no pasan en vano -los días que no los callos- y uno se va poniendo viejo y salir a la calle con el estómago vacío es siempre un peligro que sólo cuerpos jóvenes, dignos incluso encontrándose vacíos, pueden tolerar sin sufrir algún tipo de espasmo que inicie en la tripa y termine en la garganta ajena, pero conocida.
Qué de desencuentros. Eso me pasa, parafraseando al maestro de de Campos, por enceguecerme. Ando a medias triste, a medias torpe.
Un desencuentro me entristece, el otro me entorpece.
Me siento como el agua que no para y termina en el desagüe. Me despeino y me parece que me sienta bien el cabello a la deriva, como de proa de yate.
Luego me miro con un poco más de atención y me parece que simplemente luzco despeinada. Y vuelvo a pensar en el poeta y su espasmo tripal. Siempre hay alguien peor que uno, porque al menos yo tengo mi desencuentro que me entorpece.
We drink to die, we drink tonight. Hopefully tomorrow night también y la noche siguiente hasta las cachas. Porque recuerda -aunque a veces nos confundamos- que yo soy el freno. O al menos eso intento hacerme creer.

domingo, 4 de octubre de 2009

La negra


Esta madrugada se murió la negra Sosa. Con Alicia, nos pusimos a escuchar las canciones que tenemos en el iTunes cantadas por esta mujer, sobre quien yo juraba, cuando era chiquita, que se llamaba Alfonsina. Algunas veces vi a la negra cantar sobre un escenario. La vimos con Alicia la última vez que estuvo en el Ecuador en el 2007. Ese mismo año, el auto parqueado en la casa de la Floresta de la Flo, me rompieron el vidrio y se robaron la radio y un huevo de discos que tenía ahí -john lennon, fiona apple, fito páez, the cure, madonna, uno de mercedes que se llama, como la canción de Charly, De mí, entre otros-. Al parecer el choro fue el vecino de la Flo, un dealer al que le debe haber parecido de mal gusto el Macorina de Chavela Vargas, porque fue el único disco que me fue dejando, hijodelagrandísimaputa. Pero se llevó el de la negra. Y bueno, algo tiene la voz de esta mujer, así como su actitud, que incluso al dealer hecho el bacán del depar de abajo de la Flo le pareció pertinente llevárselo.
En ese disco, De mí, están algunos de los hits de la negra cantados en vivo y hay una canción que es sin duda de mis favoritas por la Sosa, se llama "Retrato". De los Inti Illimani, va sobre una mujer, de corazón de miel, que, al ser arrasado su pueblo por los militares, se desgarra los pies trabajando y ayudando. Hasta desaparecer. Es una canción acuosa. Retrato, porque sólo en la última línea se menciona la muerte de esa mujer, su vida es lo que verdaderamente cuenta y el condumio de la canción. La militancia de la negra a través de la música -anacrónica, para unos cuantos; para otros, renovada al incluir en su repertorio las canciones de los más roqueros de América Latina- fue sin duda su propia vida. Su muerte es, por suerte, la última línea de una canción larga, larga y hermosa. Y aunque su voz fue envejeciendo, no dejó de cantar nunca. Hace unos meses, al regresar de Puerto Rico, la Flo me hizo escuchar la canción que los Calle 13 grabaron con la negra y que tenía emocionado al vocalista de esa banda. Canción sobre los niños de la calle. Su voz de anciana cansada me hizo enternecer al pensar que no hubo silencio nunca en su vida. Al menos no cuando se trataba de denunciar las mierdas en este continente. Las hay tantas que a veces no pensamos en ellas, porque creemos que el cielo es de ese color.
El otro día, leía un artículo en una revista sobre una de las tantas tribus juveniles de la sociedad latinoamericana contemporánea. Artículo "cool" que reivindicaba a una cierta raza de chamos "cool" que no hacen nada más que mirarse al espejo y tomarse fotos. Bacán. Se vale todo, citando a los ya mentados Calle 13. Puedo imaginarme lo que esos chamos ven cada vez que se paran frente al espejo de su baño. Lo que estoy lejos de imaginarme es lo que habrá visto la negra en el suyo. Sospecho que mucho más que su figura gorda y llena de gracia.