domingo, 7 de febrero de 2010

De Baudelaire a Arlt o de una vereda a otra

La imagen prototípica del hombre que sale en busca de aventuras fuera de las cuatro paredes de su casa es la de don Quijote. Loco como una braca, el viejo quiere oler aventura. Delgado y desgarbado, necesita que sus carnes se terminen de chupar y que sus huesos se quiebren antes de morir. Su necesidad de desfacer entuertos es, a lo mejor, la negación de la muerte. Desde entonces, han sido muchos los caminantes ficcionales y reales que salen, siguiendo (o persiguiendo) al espíritu delgado, pero incólume de Quijano; exorcisando a la muerte (aunque algunos sólo logren tomar impulso para desaparecer del mundo más estruendosamente). Aquí quiero mencionar a dos de ellos: el yo poético de "A una transeúnte" de Baudelaire y a Eugenio Karl de "Una tarde de domingo" de Arlt.
Benjamin se ha referido a Baudelaire como el flâneur de París, brindándonos una herramienta más que útil, re-citable o re-ciclable, para pensar a ciertos autores cuyas ciudades (natales o no) se han asentado en sus huesos. Como el Dublín de Joyce o la Lisboa de Pessoa. El flâneur es el que callejea la ciudad, el que vagabundea y la recorre hasta el punto que encuentra en sus calles, bulevares y paseos su verdadera y única intimidad. El flâneur es el anónimo que se cobija en la masa. Basta recorrer las calles del microcentro de Buenos Aires para observar cómo hay muchos flâneurs en el puerto. Arlt fue uno de ellos y aunque su voz no fue anónima, porque en el transcurso de cinco años publicó periódicamente sus Aguafuertes porteñas, artículos que en su momento le brindaron más fama que su obra narrativa, queda claro que sus movimientos en la urbe son los del funámbulo. Sobre el Arlt flâneur, el de las aguafuertes porteñas, encontré un excelente artículo en esta dirección: http://www.lasiega.org/index.php?title=%22Las_aguafuertes_porte%C3%B1as%22_de_Roberto_Arlt:_la_otra_cara_de_la_modernidad_en_el_Buenos_Aires_de_los_a%C3%B1os_veinte_y_treinta. Ésta es la primera coincidencia, y quizás la más clara y obvia, entre Baudelaire y Arlt. A mí me interesa mencionar otra, menos importante o trascendente, pero cuyo descubrimiento fue epifánico para mi delgado y accidentado espíritu. Por supuesto, está relacionada con la imagen del flâneur.
Para mi clase de cuento hispanoamericano, antes de iniciar el semestre pasado, estuve leyendo cuentos de Arlt. Sobre este escritor y la locura algo escribí en un post anterior. No escogí para el curso el cuento que cité en ese post, porque es un tanto demasiado largo y la verdad, verdad, aburrido (hasta el final en el que Arlt le saca la puta al lector con un cabezazo en el entrecejo). Escogí otros dos: "Una tarde de domingo" y "Noche terrible", ambos de El jorobadito. En el primero, el protagonista, un poco volado la teja (como no podía ser de otro modo), neurótico (como él sólo), tiene el presentimiento de que algo le va a suceder ese domingo. Y sale a la calle en busca de aquello que le acontecerá. No queda claro si  el presentimiento es bueno o malo, pero es inminente que algo está por ocurrir. Aquí les transcribo el inicio del cuento:
Eugenio Karl salió aquella tarde de domingo a la calle, diciéndose:
"Es casi seguro que hoy me va a ocurrir un suceso extraño".
El origen de semejantes presagios lo basaba Eugenio en las anómalas palpitaciones de su corazón y éstas las atribuía a la acción de un pensamiento distante sobre su sensibilidad. No era raro que atenaceado por un presentimiento vago tomara precauciones concretas o procediera de forma poco normal.
Su táctica en este sentido dependía de su estado psíquico. Si estaba contento admitía que el presagio era de naturaleza benigna. En cambio, si su humor era sombrío evitaba incluso salir a la calle por temor a que se le cayera encima de la cabeza la cornisa de un rascacielos o un cable de corriente eléctrica.
Pero, generalmente, le agradaba abandonarse al presagio, ese incierto deseo de aventura que susbsiste en el hombre de temple más agrio y pesimista.
Durante más de media hora siguió Eugenio al azar por las veredas, cuando de pronto observó a una mujer envuelta en un tapado negro. Avanzaba hacia él sonriendo con naturalidad. Eugenio la reconsideró con el ceño enfoscado, sin poder reconocerla y pensando simultáneamente:
"Las costumbres de las mujeres afortunadamente son cada vez más libres".
Hace unos pocos días cuando tuve que releerlo para preparar la clase, me vino a la mente (con este fragmento que constituye la primera página del cuento en la edición que tengo en mis manos de El jorobadito), el poema de Baudelaire, "A una transeúnte":
La calle, aturdida, aullaba a mi alrededor.
Alta, delgada, de luto, con dolor majestuoso,
pasó una mujer a mi lado, con mano fastuosa
alzaba y mecía lo mismo festón que dobladillo;
ágil y noble pasó, con piernas de estatua.
Mi alma no cesaba de beber de sus pupilas,
cielo lívido con gérmenes tormentosos,
la dulzura que fascina y el placer que mata.Un relámpago... ¡Y ya la noche! — Belleza fugitiva,
mirada que me hizo renacer,
¿es que no te veré más sino en la eternidad?
desde ya, ¡lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡Quizás nunca!
Ignoro de dónde vienes, y no sabes a dónde voy,
¡oh, tú!, a quien hubiese amado, ¡oh, tú que lo supiste!
Las imagénes de las mujeres son casi idénticas: ambas de negro, caminan por la calle, a donde han salido, parecería, para encontrarse con Karl y con el yo poético, respectivamente. Esa percepción que de la mujer tienen estos dos sujetos es parecida y al mismo tiempo distante. El presentimiento de Karl, que decanta en el encuentro con la mujer y el posterior deseo que ésta despierta en él -con el coqueteo encarnizado y mojigato-, se parece al despertar del sentimiento amoroso en el yo poético de Baudelaire. El luto de ambas nos lleva a imaginarlas viudas, aunque sus esposos no estén muertos (cosa que constatamos en el cuento de Arlt); nos lleva a pensarlas como femmes fatales que someten a los transeúntes que se cruzan en su camino.
Por otro lado, las diferencias son importantes porque los caminos que siguen Karl y el yo poético son distintos aunque terminen en lo mismo, como quienes van caminando hacia un mismo lugar por veredas opuestas. Mientras el del poema no menciona palabra, sólo cruza su mirada con la de ella y eso le basta, Karl entabla con ella una conversación que atraviesa todos los matices y termina con la ira y el desprecio del protagonista. El lugar al que ambos llegan es el acto sexual no consumado.
En Baudelaire, ése es un lugar elevado, platónico, gozoso. En Arlt, mundano, frustrado aunque digno.
Después del encuentro, la calle. De una vereda a otra. La calle y sus emociones pasajeras guardadas de nuevo en los bolsillos de los pantalones de los flâneurs de espíritus delgados, pero incólumes. Han exorcizado a la muerte chiquita.

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