jueves, 28 de enero de 2010

Los pájaros

los pájaros
Los últimos días han sido días raros.
El carro apareció en la Península de Santa Elena. Capturaron a una banda que vendía autos robados en Quito, allá en la Península. Entre esos, el mío. El 2 de enero, en lugar de retozar en la arena de Chipipe, me pegué un viaje laaaaAAAAArgo desde Salinas hasta Quito. Traje el auto hasta un patio de la policía judicial en vía Marianitas, por Carapungo, resguardada por el cabo Chiliquinga asentado en Santa Elena como desde hace año y medio. Vinimos con Alicia y el hijo de una su colega.
Manejar mi auto, al que había dado por perdido, fue gratificante, rico, porque es, además un auto rico de manejar, pero eso duró poco, las 10 horas del viaje de ese, ya lejano, 2 de enero. Desde el 3 de enero que iniciamos los trámites hasta hoy que es, creo, 28, no he podido sacar mi auto del patio de la policía. A primera vista, no parecía tan cagado solucionar el problema: demostrar que el auto es mío y que la fiscal ordenara la devolución, el desbloqueo, etc... Pero no es tan sencillo. Hay un chip en el servidor público que lo somete y lo convierte en el peor enemigo del ciudadano común y corriente. Los choros nos convirtieron en víctimas, el sistema judicial nos revictimiza. Dos veces cagada, jodida, chingada. Los trámites han sido eternos, te van dando la información de a puchos con cara de pocos amigos y como haciéndote un favor, mañanas y tardes perdidas en la fiscalía, muuuuchos dólares en sacar papeles, en pagar a peritos, en pagar parqueaderos... Cara de ajo.
Al parecer, mañana me van a dar la orden para poder sacar definitivamente el auto... Dios quiera, de ahí se viene otro proceso, que espero que sea menos largo, aunque mis interlocutores, segurito, no serán menos cretinos: los del seguro del auto.
En fin. ahí vamos.
También han sido días de mudanza. Alicia vino a instalarse definitivamente a la buhardilla. Dejaron la casa de Monteserrín. He cargado muchos bultos, me ha dolido la espalda y las rodillas, pero ya está. Me gusta que esté aquí. Me gusta su presencia en mi vida, aunque a veces
los pájaros mojen sus plumas
y sus cuerpos se resientan.
El otro día, se metió un pajarito a la buhardilla. Pasó, porque suelo dejar la ventana de la sala abierta para que se ventile el lugar. El pobrecín no podía salir. Yo que estaba en el cuarto, oía un sonido extraño. Cuando salí, resulta que éste trataba de escapar por el lugar equivicado, la ventana cerrada. Mientras me iba acercando, se desesperaba más e intentaba, con más vehemencia, atravesar el vidrio. Empezó a cagarse por toda la sala. Me alejé como alelada. Con miedo. Luego, decidí apresurarme en sacarlo de la buhar. Con ese objetivo en mente, me acerqué despacio. Le empecé a hablar con suavidad, le dije que no le iba a hacer daño, y aunque al acercarse mi mano a su cuerpo, el pájaro se volvió a cagar, ya no se movió. Lo tomé en mis manos
el cuerpo del pájaro en mi mano
era un cuerpo casi inanimado
era suave, suave, muy suave. Antes de echarlo por la ventana, sentí sus huesitos y su fragilidad.
Ahora soy amiga de los pájaros. San Francisco del siglo XXI me dicen, antes Simone Weil posmoderna.
La fiscalía y el pájaro, dos momentos importantes en mi camino a la santidad.

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