lunes, 18 de mayo de 2009

Censuras

El otro día encontré este video en youtube:
http://www.youtube.com/watch?v=5PD_IoDdyWM
Me provocó dos reacciones: una estética -fíjense en los pies, lujuriosos pies, debajo de la mesa, en esa toma donde la cámara va retrocediendo; esa orgía de pies se debe contraponer radicalmente a los talantes bien portados de arriba de la mesa. Fíjense además en esa falda que se levantá con aire caliente que sube de la tierra, una marilín de los 20 o los 30- y otra moral -sobre la censura-.Este video, por un lado, nos remite a replantearnos los parámetros de censura como una herramienta ad hoc y sólo ad hoc. Ya en El coronel no tiene quien le escriba, García Márquez se burlaba del cura que hacía las veces de censor, de forma burda y automática haciéndole dúo a una dictadura bárbara. Y así creo que nos podemos morir del hígado revirado con más de una censura establecida desde una religiosidad malentendida, o mejor, malpracticada. Y aunque creemos que las épocas cambien, en realidad no cambian mucho. Toda expresión artística es censurada en mayor o menor medida, por la derecha o por la siniestra, por el coco de uno o de otro, por el papa o el ayatola. Me parece que podría ahondar mucho en todos y cada uno de esos niveles, pero quisiera detenerme aquí sólo en uno: el de la autocensura. El otro día le entregué una cuarta o quinta versión corregida de mi librito de cuentos al editor encargado de la colección. Esa versión era distinta a las otras no por comas o tildes incorporadas a último minuto, sino porque cambié algunas imágenes, ya que simplemente no toleré la idea de que mis padres las lean. Y es gracioso, porque se quedaron imágenes de personajes jalando, de personajes tirando como conejos, de mujeres que aman a otras mujeres -que leyeran esas imágenes no me importó-, me importó que leyeran, por ejemplo, que uno de los personajes que se parece mucho a mí se robaba unos dólares de las multas de la biblioteca en la que trabajaba. Eso no lo pude tolerar; me puse mal ante la sola idea. En fin, estoy leyendo ahora la novela del enanoborja, Los funámbulos, y aunque creo que el enano resiste con muchísima más fuerza los embates de la autocensura que yo (leerán la novela cuando se publique para que entiendan a qué me refiero), supongo que le habrá pasado lo mismo aunque sea alguna vez chiquita, miminuta. Yo creo en el pudor, aunque a veces parezca lo contrario. Creo que necesitamos del pudor por una razón básica, sobre la que el Bustamente nos hacía reflexionar en clases de teoría social: no toleraríamos un mundo en el que fuésemos totalmente transparentes para los otros. Yo creo que de ser así, seríamos ángeles y eso tampoco podría ser bueno (aunque quien sabe). En cualquier caso, el ejercicio escriturario me ha hecho forjar carácter. Ahí voy, luchando contra mi pudor y mi falta de pudor. De esa tensión, ojalá surgiera, alguna vez, algo bueno.

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