miércoles, 6 de mayo de 2009

Post miminuto: festival de canes

-Nos fuimos a Tonsupa el fin de semana, por el feriado del día del trabajo. Llegamos a un departamento de la universidad donde trabaja Alicia. Había una piscina en el edificio y un futbolín, pero unos chamos habían perdido la pelota y no pudimos jugar. Salimos a la playa un día. Alquilamos dos sillas y un parasol. El parasol más chimbo del mundo, traslúdico como el encaje o más, no nos protegía en lo absoluto del resplandor. Igual, hasta eso de las 12:30 no hizo mucho sol. Nos metimos al agua. Alicia le tiene miedo a las olas grandes. Me asusté un par de veces, y la única vez que no me asusté porque pensé que ella tenía todo bajo control, la ola la arrastró. Verga. Luego me quedé dormida como niña sobre mi silla y debajo del parasol que no me protegió nada, aunque igual es rico que el terno de baño, todavía puesto, se seque al sol. En este viaje, comimos muy mal. Era la primera vez de mi vida adulta que yo iba a Esmeraldas. No conocíamos nada y en general, en Tonsupa, no hay nada más que edificios y maleza. Pero incluso en Atacames, la tarde que fuimos, comimos mal. En realidad mi pulpo al ajillo estuvo priri dicent, pero la cazuela de Alicia, lucía como sopa de sapallo, sabía a curri, pero era de verde. El último día dormimos en un hotel porque el departamento se lo prestaron hasta el domingo y decidimos regresar el lunes temprano. Esa noche, vimos una película de joliwud: "Marley y yo". Lloré a moco tendido. Tengo algo con los perros.
-Creo que nunca les he hablado de Pedro el perro. Vive con nosotras desde hace un mes, más o menos. Es un yorkshire terrier, miminuto como este post. Parece de juguete, el clásico perro faldero que puedes meter hasta dentro de una billetera. Yo no quería perros, porque cuando era chama, unos 16, se murió la mía, Nica, una setter irlandés, hermosa, inteligente, amada, atropellada por un auto. Un dolor inmenso. Largo, filudo, desesperante. Decidí no enamorarme nunca más de un can. Pero aquí está Pedro con nosotras, porque Ale se moría por un perro. Lo cierto es que me gusta Pedro, lo toqueteo ful y a él le encanta, aunque a veces también me saca de quicio y tengo que controlarme para no llevar la violencia más allá del grito (supongo que incluso debería intentar no levantarle la voz, pero me gusta concentrarme en una sola cosa a la vez). A mi sobrina Titi le encanta el Pedro. Ella tiene su propia perra; en realidad es de su ñaña, de mi Cosa. La perra se llama Princesa, es una Shitzu, también hermosa, en realidad es un poco fea físicamente, pero es amorosísima y hermosísima. Se mea cada vez que me ve, del gusto, claro.
-Antes del Pedro, tuvimos otro perro. En septiembre del año pasado, lo sacamos de la perrera del PAE. Se llamaba Zorro. Callejero putón castrado. Hermoso. Era cachorro, de unos siete meses. Inteligente. El pelaje más suave en el que estas manos mías se han perdido jamás. A las tres semanas de convivencia, tuvimos que inyectarlo. El Zorro tenía moquillo y aunque lo llevamos a los veterinarios del PAE unas dos o tres veces a lo largo de esas semanas, todas las veces nos dijeron que sólo tenía tos. Una noche, al Zorro le dio una convulsión. Vuelvo a sentir la canica fría recorriéndome el espinazo por adentro, rasgando carne, cada vez que me acuerdo que yo no atinaba qué hacer con su cuerpo convulsionado. Le soplaba a la cara, lo sacudía, le rogaba que no se muriese. El alma me volvió al cuerpo cuando vi que la convulsión pasaba. Se quedó agotado, pero se asustó también. Empezó a gruñir y pasó la noche solo. Nos dio miedo. A la mañana siguiente lo llevamos a un veterinario privado, le hicieron los exámenes y nos confirmaron que el moquillo se había tomado su sistema nervioso y que ya no había nada que hacer.

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