martes, 24 de marzo de 2009

Bibliotecas

Esta mañana salí de mi casa, con laptop y libros en la mochila, hacia la biblioteca de la usfq. Necesitaba sacar unos textos y decidí, de una vez, quedarme escribiendo allá, porque en la casa siempre me distraigo, que el teléfono, que el perro, que qué hambre. Lo cierto es que de un tiempo a esta parte, me he dado cuenta que en la biblioteca hay un ruidito espantoso que no para nunca y que con el paso de los semestres sólo se vuelve más intenso, como de moscas zumbando, o peor aún, como de chicos conversando. Si son los de al lado, les pido que hagan silencio; me quedan viendo con cara de qué loca o qué mala onda, pero finalmente se callan. La cuestión es que para solucionar el problema de la bulla, tendría que recorrer la biblioteca de cabo a rabo e ir, mesa por mesa, pidiendo que procuren hacer silencio. No es que sea neurótica, yo también fui estudiante de la universidad san francisco de quito y también tuve 19 años, pero el espacio de la biblioteca siempre me resultó un lugar para el silencio, por un básico respeto a las labores de los demás. Es muy difícil escribir o leer en un medio ambiente como ése. Punto. En otras bibliotecas, la situación con respecto a la bulla es quizá menos grave (aunque sé de las de un par de universidades donde es peor), pero, por otros motivos, la experiencia resulta también frustrante. En unas, para poder acceder a un libro casi que te piden que les dejes tu récord policial. En otras, si no tienes palanca, jodiste, no sacas ni un instructivo para montar bicicleta.
Este cuadro un poco triste, más que por quejarme, por reflexionar sobre la situación de las bibliotecas en nuestro país. Me contaba Alicia ayer justamente que uno de los mayores proyectos del Ministerio de Cultura es mejorar, organizar, actualizar la Biblioteca Nacional. ¡Bravo! Esta mañana me enteré que en todo el país (24 provincias, diosnoquieraquemeequivoqueenelnúmero) existen apenas 7 seven sept sete bibliotecas públicas. ¡Horror! Es un lugar común oír que al Ecuador no llegan un montón de libros. Me acuerdo, por dar un ejemplo, que en una clase de Historia de la fotografía no pudimos leer a Fontcuberta por ese motivo (al parecer la única fotocopia -ojo- de El beso de Judas que existía en ese entonces en el país había caído en manos equivocadas), pero ese problema resulta nimio, por decir lo menos, cuando se cobra conciencia de que en otros sitios no se trata de un problema de cantidad de libros, sino de simple y mera inexistencia de los mismos.
Por otro lado, hace unas semanas, leí un artículo en el periódico en el que se referían a las pocas investigaciones que las universidades ecuatorianas publican. Imaginé el contexto de un investigador: necesita un tema para investigar (eso, con algo de esfuerzo, se logra determinar); necesita apoyo financiero (si el o la cónyuge trabaja y es buena onda, fresco, mal que bien, avanti), y necesita libros para leer (ups). Este escenario brevísimo, quizá demasiado breve, es ya un escenario problemático. Para escribir sobre mi poeta peruana, tuve que ir a Lima a comprar libros y a sacar fotocopias de los que no encontré en las librerías. La cosa es que no es una poeta eslava o africana, es peruana y aquí, con suerte, consigues apenas una antología de su obra.
El problema, en primera instancia, es un problema de acceso y de disponibilidad. Hay que equipar bibliotecas, de acuerdo, pero sobre todo, hay que ingeniar un sistema en el que, al menos en las bibliotecas públicas, la gente pueda acceder a lo que necesita (si no hay y se justifica el pedido, se manda a traer).
El problema de la escasa publicación de investigaciones o de la poca cultura lectora en nuestro país no necesariamente se va a solucionar por arte de magia cuando aparezcan las bibliotecas, pero al menos se motiva, se deja la espinita, se evitan ciertos pretextos. Sin necesidad de convertirlas en santuarios, me parece que hace falta, en general, que miremos a las bibliotecas con otros ojos, quizá con un poco más de respeto por quienes ahí pasan sus horas. Cuando trabajé de bibliotecaria en un colegio de Tumbaco, teníamos al lado, tête a tête, la cancha de básquetbol. La hora de "motivación a la lectura" -ojo otra vez- con los chamos de primaria y con más frecuencia de la deseada, transcurría, más o menos de este modo:
"Bueno niños, seguimos con nuestra lectura de "Amigo se escribe con H":
LA VERDAD
Días después, cuando casi habíamos acá, acá olvidado este incidente, H me invitó a almorzar no te engolosines, chucha, pasa la bola a su casa. No había nada extraño en este gesto: en múltiples ayayay oportunidades yo había comido en su casa y él piiiiiiiiiii falta. Cobran los verdes en la mía".

2 comentarios:

  1. Hola maría,
    que bien esa lectura al final de tu post. Y sobre las bibliotecas, quería decir que ellas
    son los brazos abiertos que sostienen a las ancianas, a los jóvenes en rehabilitación, a los abuelos que hacen investigaciones para su memoria, a los mendigos que leen novelas sobre el fin del mundo y luego se meten al internet (porque en las bibliotecas también hay computadoras públicas con acceso al internet público). Huelen a ropa vieja de medigo y a hojas nuevas de papel. Pero sólo funcionan si incluyen a todos, sobre todo a los desposeídos que son los que más necesitan ese espacio.

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  2. Así es, yor. La verdad es que no mencioné el tema del acceso al internet, a las computadoras, y es bien importante. Pero fue propositivamente. Creo que éste es un tema bien amplio y por supuesto no era mi intención agotarlo. Me concentré en los libros como objetos físicos más que en la información o libros virtuales, pero la reflexión finalmente abarca también esas instancias que hacen de la tradicional biblioteca una "mediateca" o un "centro de recursos". De hecho, existe ya una biblioteca virtual auspiciada por el Ministerio de Educación y por el de Cultura en la red. Creo, como dices tú, que la biblioteca es cosa pública, de todos. De los niños y de los grandes. De todos los que quieran y necesiten leer en toda la expresión de la palabra.

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