domingo, 26 de abril de 2009

La gripe

Leí en el periódico, esta madrugada, sobre la epidemia de gripe porcina que ya ha matado a 20 personas en México y que amenaza en convertirse en pandemia. En las fotos que acompañan al artículo, las personas, llevan, casi todas, máscaras. Las autoridades sanitarias han pedido a la población que evite las aglomeraciones. Los partidos de fútbol, este fin de semana, se van a jugar sin público. Los jóvenes salen a bailar a las discotecas por la noche con sus máscaras puestas. Lo cierto es que lo primero que se me vino a la mente fue Alicia viajando a Rep. Dominicana, a una feria del libro donde seguramente hay representantes de México. Pensé decirle que no se le ocurra darles la mano y menos besos, que ésta es una de las sugerencias que ha hecho el ministerio de salud mexicano. Sentí la larva del pánico esta madrugada. Como cuando el insomnio no hace sino volvernos locos.
Sobre este tipo de noticias, estamos sujetos a lo que los medios de comunicación nos informen. Y aunque voy a llamar a mi amiga Ana María que vive en el DF para preguntarle cómo está, qué ondas, por lo pronto, lo que tengo es el periódico. Después de la primera preocupación, visualicé un mapa de América y la epidemia como una mancha color amarillo tomándose el continente, desde México hacia texas, california... hacia el sur también. Pensé un mapa, no gente, y aun así me sentí tristemente vulnerable. Imaginé un nuevo aislamiento de este continente al que se le da geográfica, social y naturalmente estar aislado.
La última pandemia de gripe mató alrededor de 40 millones de personas entre 1918-1919 (algunas versiones sostienen que los muertos llegaron a los 100 millones). La mayoría murió en un período de 16 semanas. Al parecer, las movilizaciones de gente, durante la primera guerra mundial, ayudaron a que la enfermedad se propagara con más rapidez. Lo cierto es que, décadas después, en los cincuentas, un científico llamado Hultin realizó estudios a partir de los tejidos de cadáveres de personas muertas por la gripe en los Estados Unidos. La intención del científico en ese momento fue revivir el virus para poder encontrar la cura. No lo logró. Más de cuatro décadas después, otro científico llamado Taubenberger llegó hasta Alaska en donde, de una fosa común, desenterró un cadáver de una mujer obesa, cuya grasa había preservado sus pulmunes y tuvo mejores resultados. Esta práctica fue criticada porque no existía ninguna garantía de que el virus no se propagase nuevamente. No estoy sugiriendo que la actual epidemia tenga alguna relación directa con la epidemia de 1918, estoy a años luz de poder afirmar tal cosa con conocimiento de causa. Sólo que leer sobre el tema me hizo sentir vulnerable, aún más vulnerable de lo que me sentí cuando visualicé la mancha amarilla sobre América después de leer el periódico. Y resulta inevitable, al pensar en científicos que necesitan fondos para realizar sus investigaciones (incluso con buenas intenciones), pensar de dónde sale el dinero.
"The constant gardener" ("El jardinero fiel") de Fernando Meirelles es un película basada en una novela de John Le Carré. La historia se desarrolla en Kenia. Es una película que les da duro, como se lo merecen, a las transnacionales farmacéuticas. Todos los habitantes de Nairobi que recibían un tratamiento para el sida ofrecido por una gigantescayhorripilantecompañíafarmacéutica debían obligatoriamente hacerse un tratamiento contra la tuberculosis (aunque no estuvieran enfermos). Esta compañía tenía la certeza de que una pandemia de tuberculosis afectaría al mundo en los próximos años e hicieron de África su laboratorio del patio de atrás. Todo esto con la venia de los gobiernos de todos los países involucrados. Hay gente de mierda en este mundo. Siempre ha habido y seguirá habiendo.
No me interesa adentrarme en el laberinto de las teorías conspirativas porque no me gusta, a pesar de que a veces no queda otra. A mí, desde donde estoy, no me queda sino esperar que esta epidemia que nos afecta y nos involucra a todos sea tratada con toda la seriedad del caso. Que el bolsillo de unos cuantos no sea la prioridad. Que la vida nos siga importando a todos.
La verdad es que tengo miedo.

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