domingo, 12 de abril de 2009

Qué falta de desmesura

Me vine a Guayaquil porque tengo vacaciones del trabajo. Espero poder terminar aquí el tercer y último capítulo de la tesis. Falta poco. Cuando la Flo terminó su Pan Nuestro, libro de fotografías que les recomiendo mucho que chequeen, me comentaba sobre el vacío, el pequeño vértigo que se le pega a uno en la carne cuando se acaba un proyecto que te ha implicado tiempo y vida. Lo cierto es que debería esperar a terminar la tesis para hablar de mi propio vértigo post operatorio. Pero me adelanto como para exorcizar quién sabe qué. A ver si en el camino desde estas líneas hasta las últimas del post me cae del cielo la respuesta. En realidad, no queda más que seguir leyendo, que seguir mirando el mundo y leyendo.
Y al mismo tiempo no se termina nada. Más bien, todo empieza. Estoy naciendo un poco ahora. Por todo.
Cuando mi sobrina Cosa era pequeña, jugábamos a las ñañas. Era un juego, para mí, bien cansón. En cuestión de cinco minutos, representábamos un día entero en la vida de las ñañas:
Minuto 1: Nos despertábamos cuando cantaba el gallo y nos aseábamos.
Minuto 2 y 3: Una salía a trabajar. La otra se quedaba trabajando en la casa.
Minuto 4: Ya por la tarde, las dos en la casa, cenábamos y conversábamos de nuestro día.
Minuto 5: Nos acostábamos y nos dormíamos.
La gracia del juego para la Cosa -no tanto para mí- era que esto lo repetíamos por lo menos unas cuatro o cinco veces seguidas. Y ella no se cansaba. Cada día de cinco minutos era para ella novedoso, o, sino eso, al menos un día que merecía la pena vivir.
Esto a propósito de que nada termina en realidad, sino que todo empieza. Ni siquiera cuando terminábamos de jugar porque yo me declaraba supremamente cansada, terminaba nada. Ella tenía la seguridad de que volveríamos a jugar. Y ahora que está grande y ya me comenta de chicos y obviamente no jugamos a las ñañas, tendrá ella la seguridad de sus propios días que comienzan.
La tesis avanza. Es para el tercer capítulo que estoy leyendo El zorro de arriba y el zorro de abajo y también a Westphalen. Es un gran poeta Westphalen aquí les va algo:
"Andando el tiempo..."
Andando el tiempo
Los pies crecen y maduran
Andando el tiempo
Los hombres se miran en los espejos
Y no se ven
Andando el tiempo
Zapatos de cabritilla
Corriendo el tiempo
Zapatos de atleta
Cojeando el tiempo
Con errar de cada instante y no regresar
Alzando el dedo
Señalando
Apresurando
Es el tiempo y no tiene tiempo
No tengo tiempo
Y sigue, pero hasta aquí lo transcribo. Westphalen es el gran poeta vanguardista peruano. Figura opacada internacionalmente por Vallejo, que es el gran poeta vanguardista peruano.
No he encontrado ninguna respuesta caída del cielo, porque no hay nadie como tú; no hay nadie como tú, mi amor.
Cuando fui facilitadora en un taller con maestros de escuelas y colegios fiscales, una de las profes me reclamó que cómo así mi tesis va sobre una poeta peruana, habiendo tantos buenos escritores ecuatorianos. "Nada se termina", debí haberle respondido, "Alba -que así se llama y no es mentira, juro que no es mentira, que se apellida Hermosa-, nada se termina y eso usted que lleva ese nombre debería saberlo mejor que nadie".

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